Con la tristeza convertida en hábito tras nuestro reencuentro
decidí ir a aquel rincón porque sentía como gritaba mi nombre.
Oía hablar del amor, mientras la gente pasaba por aquel
lugar y contemplaba tal obra maravillados. Como si a cada momento de sus vidas
le pusieran un nombre y unos apellidos, una situación sentimental y se veían
reflejados en alguno de sus ojos. Como si tuvieran la seguridad de que su
historia de amor era única y se pudieran identificar orgullosos.
Me senté frente a ellas sin nada que decirles, nada para darles,
mi historia de amor no fue más que una historia.. a la que le faltaba el
amor.
Una manía de ponerle banda sonora a cada rincón hizo que
entrase directo desde mis oídos hasta el alma “el lugar donde viene a morir el
amor”..
Tratando de describir el tedio y la constancia de algunas
cosas verdaderas, las que creía duraderas…
Solo pude mantener mi atención sobre
aquella mujer elegante.
Hasta sus manos parecían rotas
Un ángel le acompañaba. Parecía estar ahí, tratando dejar
pasar en su nombre el dolor.
Aunque no era su única compañía, podía girarse y verse a
ella misma, en el pasado, cuando esa canción empezaba, descubrió que la coda,
era exactamente igual que el principio, y que el presente y que todo lo vivido. Lleno de éxtasis.
Se dio cuenta de
aquel bucle, fue entonces cuando decidió tirar su rosa.
Una rosa seca y muerta.
Como su amor, como su alma. Era la
despedida, su despedida, entre las flores.
Al fin decidí a acercarme a ella. Algo sorprendida decidí
dar un paso atrás, cuando pude dislumbrar en aquella lágrima, el reflejo de mi
misma. Allí estaba, compartiendo ese mismo adiós, esa misma lágrima.
Amor, decidí escribirte y refugiarme entre estas palabras
para decirte algo.
Adiós.
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